Casa Madre de SRF en California

Hace ya unos años, casualmente, conocí a un chico, Ángel y le hablé de Paramahansa Yogananda. Hoy es un ferviente discípulo de sus enseñanzas y las ha transmitido a sus amigos, entre ellos José Manuel, que yo misma he tenido el placer de conocer. Un chico serio, preparado, muy inteligente y racional, con un pensamiento más bien científico (es ingeniero). Hablando con José, hace unos días, le aconsejé que leyera los dos artículos que escribí sobre mis experiencias en la India y en seguida me dijo que él también había vivido algo “curioso”. Le pedí que me contara esta historia para compartirla con todos vosotros.

Si Yogananda no hubiera escrito su libro, contándonos sus vivencias, hoy el mundo no conocería a uno de los últimos grandes Maestros de nuestros tiempos.

Hay que compartir las experiencias que hemos vivido, por sencillas que nos parezcan.

No existen milagros y “Milagros”, en el sentido que cada milagro es de por sí algo excepcional. Cada momento vivido, cada testimonio de la presencia de Dios o de sus enviados, es un milagro, grande o pequeño.

Aquí os dejo la experiencia de José Manuel, escrita por él, no he modificado nada.

Paramahansa Yogananda

Quiero compartir una historia que sucedió durante el mes de noviembre del año 2019, es perfecta para el apartado de historias asociadas a las cuestiones metafísicas relacionadas con los milagros. También merece la pena mencionar a Paramahansa Yogananda, maestro espiritual ya citado en diferentes historias del blog de Letizia.

Yogananda nos enseña en su autobiografía, que incluso lo que llamamos milagros posee una explicación científica, desde el punto de vista de la ciencia del yoga y la espiritualidad. Pues hablar de ciencia exige pensar más allá de ecuaciones y probetas en un laboratorio, sin embargo, es humano calificar como milagro, aquellas experiencias que nos suceden, de difícil explicación, que resuelven nuestros problemas de forma exitosa y contundente. Y es que los milagros nos asisten.

El suceso que quiero compartir ocurrió durante el mes de noviembre. Aunque para comenzar esta historia debo remontarme unos cuantos meses atrás.

Nos encontrábamos en casa de una amiga, siendo nosotros tres personas. Teníamos planeado realizar un viaje a Barcelona, concretamente a la localidad de Granollers, para asistir a un evento, en el que conoceríamos a Amma, calificada como santa hindú, reconocida por ser la santa de los abrazos. Hace años ya se estimaba que ha podido abrazar a más de cuarenta millones de personas, a lo largo del mundo en sus viajes, recibiendo las visitas de sus seguidores, curiosos, y gente que se siente interesada o cercana a la espiritualidad y a la cultura que generalmente proviene de India.

A mi amiga y mi amigo se les ocurrió la idea de comprar los billetes de tren con cierta antelación, para nosotros tres y un amigo más que en aquel momento no se encontraba con nosotros. Pues llevaban un tiempo debatiendo sobre el método de trasporte y cómo realizariamos el viaje. Además, allá se nos sumarían otras personas junto con la que nos acogió desinteresadamente en su casa, al vivir cerca de la localidad que acogería el evento.

En mi opinión fue algo bastante espontáneo, y quizás, por la pereza que me caracteriza, o quizás la intuición, me mostré algo rehacio a comprar el billete tan pronto. Traté de hacerlo por mí mismo, pero la app de Renfe, me pedía rellenar mis datos y hacer una serie de trámites, motivo por el cual, la pereza nuevamente me llevó a que me comprasen el billete, y así yo tener que simplemente pagarlo en metálico,

Pues bien, si no me falla la memoria, el evento comenzaba el día 16 de Noviembre por lo que los billetes fueron comprados para el día 15, pues haríamos una noche para asistir al evento por la mañana. En este momento sucedió la primera cosa inusual. Debido a un error, o cosa del destino, mi billete fue comprado para el día 15 de Octubre. Es decir, un mes antes. Cabe destacar que no nos dimos cuenta, y obviamente yo nunca cogí ese tren.

Llega el día 15 de Noviembre, y viajamos juntos a la estación de Elda, dispuestos a coger el tren. Yo iba sin excesiva ilusión, un poco a vivir la experiencia, simplemente iba. Me dejaba llevar. Mi asiento se encontraba en otro vagón distinto al de mis amigos. Y yo comencé mi viaje leyendo y tratando de concentrarme, pues a la vuelta tenía un examen en el Máster que en ese momento estaba cursando.

Cuando la revisora del tren apareció con su máquina, para comprobar mi billete. Ésta realizó un extraño sonido. Me mantuve tranquilo y expectante, pero dentro de mí sentí que algo no estaba bien. La revisora al principio decía, no te preocupes, a veces pasa, insistiendo. Después me preguntó si yo llevaba mascotas en el tren. Tras mi negativa, me dio la noticia, en un tono malhumorado: “Mira, este billete es de hace un mes, prepárate, que en la estación de Valencia te bajas del tren”.

Quizás su tono malhumorado se devió a que ella pensó que yo trataba de viajar gratis, situación que probablemente ya haya vivido en otras ocasiones como revisora.

En aquel momento mi reacción fue buscar a mi amiga y recuerdo que le dije “mira la que me has liado” o algo similar. En aquel momento ella se sorprendió tanto como yo, y la verdad que su reacción fue instantánea y vino conmigo para intentar ayudarme y solventar la situación. En aquel momento yo tenía la esperanza de que ella fuese capaz de calmar a la revisora, y que entre mujeres se entendiesen. Gracias a ella, el carácter de la revisora mejoró y se volvió más dulce y comenzó a colaborar y proponer soluciones.

Primero me recomendó comprar un billete por internet con estación Valencia. El problema, que el tren estaba completamente lleno. Entonces ella nos comentó que Valencia era su última parada, momento en el cual su compañero la sustituiría. Nos comentó que le comentaría mi caso, mientras nosotros esperábamos reunidos en la cafetería del tren. Pues los dos amigos que viajaban conmigo, ya eran conscientes de la situación, y nos acompañaban tratando de ayudar y expectantes con lo que iba a suceder.

En ese momento vimos al nuevo revisor caminando a través de las ventanas del vagón, y aunque es poco aconsejable y superficial juzgar a las personas por su aspecto, su semblante serio y envergadura nos hizo temernos el peor de los desenlaces.

Durante el transcurso de los acontecimientos, uno de mis amigos fue hacia el vagón donde yo dejé todas mis cosas, y mi maleta, junto con los apuntes y materiales en el asiento que yo ocupaba para poder recogerlos, anticipándose para que, en el caso de que me hubiesen expulsado del tren, yo pudiese conservar mi equipaje y pertenencias. Y yo ya tanteaba la idea de que me volvería de vuelta a mi pueblo, en el caso de que me hubiesen echado del tren.

Cabe destacar que este amigo no presenció la escena que estoy por describir, pero dada su devoción y tiempo en la práctica espiritual, no necesita presenciar algo así para creer en ello, pues el cuenta con sus propias experiencias milagrosas.

El otro amigo que permaneció en el vagón conmigo, constantemente repetía que estuviésemos tranquilos, que todo se iba a solucionar de alguna forma. En aquel momento me costaba contagiarme de esa mentalidad, pero cabe destacar lo positivo que es, mantener las esperanzas mientras todavía es físicamente posible que exista una solución.

Nuestra amiga, había acudido en búsqueda de este revisor, y pude presenciar a través del pasillo conexo con el vagón de la cafetería, como venían los dos juntos hablando. No puedo olvidar como ella le miraba tanteando y tratando de convencerle, mientras él avanzaba con semblante serio, y negaba con la cabeza. Al menos así lo recuerdo.

Yo, a esas alturas, ya simplemente esperaba estoicamente, a que se diese un desenlace.

En aquel momento se plantó frente a mí, y con una voz profunda, con cierto tono sobrenatural, y una mirada amplia, como si contemplase hacia el infinito. Dijo algo, que tampoco podré olvidar nunca.

Entiendo que los humanos os equivocáis, pero yo no me equivoco nunca. Puedes quedarte en el tren”

En aquel momento, los dos trabajadores de la cafetería, que también eran testigos, comenzaron a reírse, entendiendo ellos, que el revisor estaba siendo bromista a la vez que compasivo. Sin embargo, mi amiga y yo nos miramos, como diciendo, ¿qué está pasando aquí?

En aquel momento le tendí la mano al revisor, y recuerdo que posteriormente bromeé sobre aquello, diciendo que había sido como darle la mano a Dios.

Recuerdo que mientras decía esas palabras que recogen un mensaje tan elevado, su mirada parecía la mirada de algo que es más elevado de lo que nosotros somos, como humanos.

Posteriormente, empleando la máquina que todos los revisores llevan, me informó de un vagón en el que habían quedado dos asientos libres, invitándome a sentarme en alguno de ellos.

Por lo cual, el transcurso de mi viaje como polizón lo realicé empleando distintos asientos que iban quedando libres, en distintos tramos del trayecto.

Gracias José Manuel.

Gracias Maestro

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