Como os había prometido en mi último artículo sobre el topacio según Santa Hildegarda, voy a contaros una experiencia bastante peculiar que tuve con una de estas magníficas piedras.
Hace unos años, paseaba por mi ciudad, Roma, cuando casualmente (?) pasé delante de una tienda de minerales en Corso Vittorio Emanuele. En el escaparate había gemas magníficas, piedras en bruto y muchos fósiles, que personalmente no amo y no me gusta tener en casa.
Como es lógico entré en seguida y empecé a mirar todas estas maravillas pero había una en concreto que llamaba mi atención. Un magnífico topacio azul intenso, talla redonda.
Entre todas las gemas mostradas, había algunas de gran valor comercial, como tanzanitas, rubíes, esmeraldas en bruto, puntas de cristal de cuarzo de unos 20 centímetros absolutamente perfectas, pero mis ojos volvían siempre al topacio celeste. Hay que considerar que antes de aquel día, si alguien me hubiera preguntado ¿Cuál es tu piedra preferida? Yo habría contestado sin duda alguna: El Rubí.
Para que entendáis mejor esta historia tengo que explicaros que en Roma, existe un pequeño jardín con una “Puerta Mágica”, llamada también Puerta Alquímica, Puerta Hermética o Puerta de los Cielos, que se encuentra en Villa Palombara. Cuenta la leyenda que el Marqués de Palombara, un aficionado al ocultismo, hizo construir 5 puertas en su jardín situado en el Colle Esquilino (actual Piazza Vittorio) y esta puerta de la que os hablo es la única que ha quedado. Estamos hablando del 1680.
Cuenta la leyenda que un día un famoso alquimista de aquellos tiempos, se quedó toda una noche buscando una hierba que transmutase todo en oro y que se le vio desaparecer la mañana siguiente a través de la puerta, dejando tras de sí un rastro de oro. Se cuenta también que antes de esfumarse, dejó trazados en unos papeles unos símbolos ocultos para que otros pudieran vivir su misma experiencia. Se dice también que este hombre, Giuseppe Borri, tenía fama de ser un estafador, mentiroso y aprovechador y que murió en 1695 en una celda de Castel Sant’Angelo. El Marqués de Palombara intentó descifrar aquellos símbolos sin éxito y decidió rendirlos públicos, haciéndolos grabar en los muros de su villa y en las 5 puertas, esperando que un día alguien pudiera entenderlos.
Volvemos a nuestros días y a mi paseo por mi adorada Roma.
Estábamos entonces en la tienda de minerales de Roma, que se llama La Fiorentina.
Pregunté el precio de la gema que tanto me había hipnotizado y obviamente no era regalada. Tampoco era muy cara, sabemos que los topacios no son piedras muy caras, pero hay momento en la vida en que hay otras prioridades. Así que decidí dar las gracias al dueño de la tienda que tan amablemente me había dedicado tanto tiempo explicándome y enseñándome su mercancía y continué mi paseo con en mente la frase que siempre me repito y que muchas veces os escribo. “Si tiene que ser, será.”
Pasaron unos días y casualmente (?) fui a Piazza Vittorio por unas comisiones y después de haber terminado lo que tenía que hacer, fui a dar una vuelta por el jardín Palombara. Siempre me gustó pasar un ratito en el aquel jardín y sentarme a lado de la puerta, observando los símbolos e imaginando como debía ser la vida en aquella villa en el siglo XVII. Estaba tranquila mirando la puerta cuando, mirando la base, me llama la atención un extraño brillo. Me acerco, pensando que podía ser un trozo de vidrio, y me encuentro con el mismo topacio de la tienda de minerales que visité unos días antes.
¿Cómo puedo explicar mi reacción? ¿Sorpresa? ¿Estupefacción?
Me quedé un rato mirando la gema y preguntándome si estaba soñando, o si tenía visiones o si había enloquecido. Miré a mi alrededor y no había nadie. Cogí la gema y fui corriendo, no literalmente porque son unos 10 kilómetros, a la tienda. Sin decir nada le pedí al dueño de enseñarme el topacio que tanto me gustaba y me dijo, muy apenado, que lo había vendido justo el día antes a uno turistas suecos. Le expliqué lo que había pasado y le enseñe la piedra y el me dijo que no tenía que preocuparme, que la piedra había “elegido” estar conmigo pero que entendía que me sintiera como si la estuviera robando y que si estos turistas hubieran vuelto le hubiera dado mi teléfono.
Muchos años después, cuando diseñé mi talismán, me acordé de mi regalo del destino y la puse en el centro de mi talismán.
Una curiosidad: El Marqués de Palombara fue un frecuentador de la reína Cristina de Suecia, que pasó gran parte de su vida a Roma donde murió. La reína sueca, instruida da Cartesio, era una estudiosa de ciencias y alquimia y según la leyenda la puerta fue construida en recuerdo de una transmutación que tubo lugar en el Palazzo di Riario, donde la reína tenía su laboratorio. ¿Que la reína haya querido hacerme un regalo a través de sus súbditos? Esto ya sería ciencia ficción. Pero, ¿Dónde termina la ciencia y empieza la ficción?
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