Símbolos del mundo



El término iniciático es de uso delicado cuando se trata de la simbólica cristiana, ya que evoca un sentido de segregación, de una minoría de elegidos, escogidos que se separan de la masa profana. Ya tuvimos ocasión para decirlo, y es además cosa bien sabida, que el cristianismo se dirige a la totalidad de los hombres; la iniciación cristiana es en sí accesible a cada uno. Mas si no existen las castas desde el punto de vista social, la selección se produce en el terreno de la calidad del alma o más exactamente consiste en la presencia o en la ausencia de la experiencia espiritual. Ésta resulta de un doble movimiento, pues es gracia y aceptación de esa gracia. La experiencia espiritual es comparable a una iniciación. Puramente interna, enteramente espiritual, puede ser suscitada por elementos externos; en este caso siempre hay un movimiento que va del exterior al interior, siendo el gurú en este caso aquel «maestro interior» del que hablaba San Agustín.

Geometría sagrada

 



La experiencia de Dios es una experiencia espiritual, y si no rebasara ciertos límites no sería una experiencia de lo divino. Retomando el texto de Gilberto de Holanda podemos decir que la gracia se ofrece justamente con la llamada: «Ábreme». Aceptarla es «abrir», es decir, reconocer el signo de la presencia y dejarse invadir por tal presencia. Ese «gota a gota de rocío» de que habla nuestro autor, más allá de aquel símbolo de lo que representa en tanto que rocío, significa que el ser, debido a su imperfección, no puede recibir la plenitud de la divinidad. Por ello el alma debe desplegarse, soltarse de algún modo y volverse más amplia, como un jarrón cuyas paredes pudieran dilatarse según su contenido. En experiencias como ésta, el alma no es pasiva en absoluto
Símbolos cristianos

La experiencia espiritual se sitúa en el interior de la fe, y sin embargo, de algún modo, sobrepasa la fe, ya que se vuelve certeza.La experiencia espiritual iniciática se opera en el centro del alma, o mejor del espíritu teniendo en cuenta esta triple división: cuerpo-alma-espíritu; y dicho centro coincide con la cumbre del espíritu. Esta comparación quizás pueda parecer paradójica, el centro no es una cumbre. Mas se comprende el contenido de este símbolo recordando que el centro es un monte, lugar donde se unen lo celeste y lo terrestre, es decir, es un medio. Así, la Virgen, como criatura, es llamada tierra, mas como Madre de Cristo y como Esposa es nombrada por San Bernardo centro de la tierra.

 


El símbolo es un modo de lenguaje que suscita un estado de consciencia. El que lo capta alcanza otro escalón sobre la escala cósmica. Una iniciación se opera entonces, surge un modo de conocimiento desconocido, y el hombre penetra en otro ritmo: es decir, cambia de plano. Los recientes trabajos sobre simbolismo han mostrado cómo éste no puede unirse con una fase psíquica infantil. Lo que resultaría infantil sería detenerse en el símbolo en sí mismo sin rebasarlo, es decir, limitándose al objeto sin captar su proyección. Habría aquí una elección de la sombra por oposición a la luz; en este caso la negación del símbolo se equipara con la actitud infantil hacia él: creencia e incredulidad pueden presentarse en idéntico plano.

Símbolos cabalísticos

 

La experiencia del símbolo se convierte así en experiencia espiritual, es deleite, dilatación del corazón, estremecimiento interior, expansión del alma. La experiencia espiritual del símbolo se equipara a la experiencia mística, el alma se transforma, e iluminada, penetra en la vía del discernimiento y la sabiduría. Así se encamina de claridad en claridad (cf. II Cor., III, 18), es decir, de símbolo en símbolo, hacia la luz. Y guiada por su amor en tanto que sentido espiritual, descubre finalmente la gloria divina.
( Fragmentos extraídos de: «Iniciación a la Simbología Románica», Marie-Madeleine Davy, Ediciones AKAL ) 
 
Extractos de un poster del blog
 
 
 

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