¿Existen los milagros o son solo casualidades o coincidencias?
Es una pregunta que me planteo desde hace muchos años.
Os cuento un hecho que me ocurrió en India, en el 2003.
Había ido a este país para hacer un peregrinaje a los lugares donde vivió Paramahansa Yogananda, autor del libro “Autobiografía de un Yogui” traducido a más de 50 idiomas; Éramos unas 60 personas, la mitad llegadas desde EEUU, acompañadas por los organizadores de la SRF (Self Realization Fellowship, organización religiosa sin fines lucrativos fundada en el 1920 por Yogananda), mientras que el resto dependíamos del grupo de Ananda Assisi, fundada por Kriyananda. Desde España éramos solo dos personas. Llegamos un día antes que los demás a Calcuta y decidimos ir en seguida a visitar la casa que fue residencia de Yogananda, en Gaspar Road, 4. Fuimos recibidas por la esposa del nieto del hermano pequeño del Maestro. Durante el recorrido desde el aeropuerto al centro de la ciudad, observé el tremendo tráfico, absolutamente desorganizado, familias que vivían en habitáculos hechos de cartón en las aceras. La pobreza más absoluta e indecible que se pueda imaginar coexistía con la riqueza más impactante. Niños casi desnudos, en el mes de enero, que se apartaban para dejar pasar a sus coetáneos que volvían del colegio, con sus uniformes impecables, acompañados por sirvientes que les llevaban la mochila. Algunos de estos niños tenían meriendas o caramelos y no dudaban en regalarlos a los otros pequeños más desafortunados, y todo siempre con una sonrisa, amabilidad y respecto.
Para la religión Hindú (y Budista) ser pobre o rico depende de las vidas previas, hay que aceptar las consecuencias de las acciones hechas en el pasado; envidia, injusticia o rabia son sentimientos que no se contemplan en estas religiones. ¡Tendríamos que aprender! Puedo afirmar no haber visto nunca algún gesto desdeñoso o mirada envidiosa de parte de los menos afortunados hacia los más adinerados.
Volviendo al día que fui por primera vez a la casa, no me fijé particularmente en las calles o en la toponimia de una ciudad con 13 millones de habitantes. Recuerdo sólo que atravesando un puente, me quedé afectada observando una gran cantidad de personas viviendo bajo de este en barracas de cartón en una situación higiénica impensable para nosotros. Después del puente, recuerdo vagamente que el taxi giró a la derecha, y después de haber dado varias vueltas, llegamos a Gaspar Road, 4. Entonces no tenía móvil y tampoco Google Maps.
Queda muy vívida en mi mente, con mucha alegría, esta visita prácticamente privada porque éramos solo 2 y el sobrino-nieto del Maestro nos permitió entrar y pasar un largo rato en el famoso cuartucho minúsculo del segundo piso, donde Yogananda recibió por la primera vez la visión de la Divina Madre.
Pudimos quedarnos a meditar tranquilamente, solo las dos, y fue una experiencia inolvidable.
Pasamos algunos días en Calcuta (Kolkata), visitando los lugares sagrados y turísticos y volvimos una vez más en la casa de familia de Yogananda, pero esta vez éramos 66 personas y se decidió dar a todos la posibilidad de meditar en el cuartucho, 4 personas por vez y solo durante 10 minutos, ya que hubiera sido imposible entrar 5.
El último día teníamos que ir a saludar al sobrino-nieto del Maestro para agradecerle su disponibilidad, recibir su bendición y justo después salir con los autobuses hacia Serampore, a 30 km de Calcuta, iniciando la segunda etapa del largo peregrinaje.
La tarde antes de la salida nos dijeron que cabía la posibilidad de visitar el Orfanato fundado por Madre Teresa de Calcuta para ayudar durante unas pocas horas las monjas a dar de comer y limpiar los niños. Decidí ir sí o sí.
Decidí no cargar con mi gran maleta, considerando que hace 17 años la seguridad para los turistas era muy precaria y que estábamos en el punto de mira de los ladrones que desgraciadamente no entienden ni de religión ni de civismo. Así que dejé la maleta con todo el dinero y mi pasaporte en el autobús y llamé a un taxi para ir al orfanato. Salí del hotel a las 7 y por suerte encontré un taxista que hablaba muy bien inglés y le pedí que me llevase al Orfanato y que me recogiera a las 12:30 porque los autobuses habrían salido hacia Serampore a las 13:00.
Lo que vi y viví y lloré en aquel sitio podría ser argumento para un libro, os digo solamente que Madre Margarita me acompañó en un pequeño cuarto, justo a lado del dormitorio de los más pequeños, donde los visitantes podían llorar sin impresionar a los niños.
Después de haberme desahogado, ayudé a las monjas a limpiar los bebés, como no había sábanas de recambio había que darles la vuelta, a darle de comer y a jugar con ellos. Es muy difícil jugar con un niño de 2 años que no tiene ni brazos ni piernas. Recuerdo que a un cierto momento entraron en el dormitorio dos chicas de una belleza impresionante que me dijeron eran “top models” muy conocidas que pasaban una parte de sus vacaciones viviendo en el Orfanato y ocupándose de los trabajos mas humildes. Unos meses después vi una de ella en la portada de Vogue. Me conmovieron.
Salí a las 12:30 esperando encontrar con el taxista al que había pedido de recogerme a dicha hora. No había nadie. Esperé 15 minutos y nada. Empecé a preocuparme seriamente y comencé a recorrer una grande avenida, no tenía ni idea de donde me encontraba, buscando un taxi. Al final se paró uno y cuando le dí la dirección de la casa del Maestro me miró como si hubiera hablado en élfico. Eran las 12:40. Estaba en un lugar desconocido, a no se que distancia de mi destino y con un taxista que no hablaba una palabra de inglés, italiano, francés o español y que no sabía leer. Le nombré Paramahansa Yogananda y me miró como si hubiera hecho un conjuro de Harry Potter. ¡Estaba desesperada!
Ya me habían avisado que no iban a retrasar el viaje de 65 personas sólo porque había decidido ir al Orfanato.
Me encontraba en un sitio cualquiera de Calcuta, sola, sin documentación y sin dinero.
Me quedaba una cosa sola para hacer: Rogar al Maestro, a Madre Teresa, a Dios y a todos los que me querían o podían escuchar, que me ayudasen.
Mediante signos le indiqué al taxista que fuera hacia adelante y empecé a guiarle por un recorrido para mí desconocido, hasta que después de un rato reconocí el puente que vi la primera vez y me calmé. Entendí que no estaba sola y lo único que tenía que hacer era escuchar mis pensamientos, que evidentemente no eran míos.
Todavía hoy no se cómo me encontré a las 13:00 delante de la puerta de la casa de Yogananda. Entré corriendo y encontré todo el mundo de rodillas en el saloncillo esperando la bendición. Llegué justo a tiempo y me arrodillé, dando las gracias a todos los que me ayudaron a llegar a tiempo y finalmente a las 13:10 subimos a los autobuses para continuar el peregrinaje.
Todavía hoy, mientras escribo estos recuerdos, me pregunto cómo he podido no perderme en una ciudad, desconocida para mí, como Calcuta.
Esto fue solo el comienzo de unas increíbles experiencias, porque entiendo que es complicado creer todo esto, y os aseguro que si no lo hubiera vivido en primera persona , diría que es toda una fantasía. ¡Y sin embargo, no lo es!
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